jueves, 1 de diciembre de 2016

ARTÍCULO: ¿Por qué un docente debe ser un mediador de lectura y trabajar con ella en la sala?

La importancia de trabajar con la literatura radica en que es una de las formas de la cultura, es un arte, y por lo tanto tiene importancia en la construcción de un lector autónomo e independiente, además de posibilitar el acceso a otras prácticas culturales. Para lograrlo, el docente del nivel debe constituirse en un mediador de lectura[1] y estar atento a “la percepción del otro; ser creativo a la hora de interpretar momentos oportunos; generar situaciones significativas y relevantes; estar dispuesto a preparar instancias de encuentro” (Bialet, 2004: 24) en una tríada compuesta por los niños, los libros y él como mediador. Sin lugar a dudas se trata de una función que en el nivel inicial – y por supuesto a lo largo de toda la escolaridad – cobra una gran importancia.

Como parte del trabajo de un docente – mediador de lectura que debe generar en los alumnos el gusto por lo literario, la lectura por parte del maestro adquiere una gran importancia pues es a partir de la selección de libros, de la lectura y de la narración que les posibilitará a los niños el ingreso al mundo de la cultura letrada. Nadie se resiste al encanto de una lectura y menos aun cuando esa lectura o narración está mediada por diversas actividades que pueden hacer de ese encuentro con la palabra un hecho único. Esto es lo que afirma uno de los documentos curriculares cuando dice: “escuchar leer promueve el contagio, porque se busca en los libros el placer que se gestó en el tiempo de lectura que el docente generó” (Halzwarth, 2007: 25).
Sucede, no obstante, que a pesar de que las docentes señalan que los alumnos reciben con mucho agrado la lectura de un texto literario, en el momento de pensar en una lectura rápidamente piensan en actividades posteriores que no se relacionan con el propósito de generar un lector sino que se corresponden con otras perspectivas teóricas, se preocupan más en buscar actividades estructuradas en lugar de abrir el texto literario para generar diversos sentidos y que todo sea un invitación a la lectura (Cuesta, 2006) o en utilizar un texto literario para enseñar algún otro espacio curricular en lugar de centrarse en el texto en sí y en todas sus múltiples potencialidades (Zaina, 2005; Bialet, 2004; Lillo y Ortiz, 2015).
Como señalan varios especialistas (Pizarro, 2008; Blanco, 2003; Zaina, 2006), no se trata solo de enseñar y aprender a leer sino de leer pero con gusto, intentando  generar las condiciones óptimas para ello. Graciela Montes en La frontera indómita señala que la cuestión de leer por placer en la escuela es un desafío que muchas veces termina generando actividades que están muy alejadas de ese propósito: se confundía el placer y el gusto con la facilidad y no se lo vinculaba con el goce estético y con el esfuerzo intelectual que se puede realizar cuando se lee (o nos leen) un texto literario.  
Por supuesto que es difícil medir o evaluar el disfrute en la lectura pues disfrutar es algo personal y subjetivo pero si pensamos en actividades de promoción de la lectura para la sala en la que intervengan, por ejemplo, diversas actividades artísticas en relación con lo lúdico es posible que se llegue a ese objetivo de máxima.
Al leer por gusto, los alumnos “se volverán lectores idóneos, adquirirán gran vocabulario, desarrollarán la habilidad de comprender y usar construcciones gramaticales complejas, y desarrollarán un buen estilo de escritura. Aunque la voluntad de leer libremente, por sí misma, no asegura el logro de altos niveles de alfabetización, al menos asegurará un nivel aceptable. Sin ésta, sospecho que los niños ni siquiera tienen una oportunidad de alcanzarla” (Krashen, 2004).
En este complejo proceso no puede dejar de lado que cada docente posee una biografía lectora, es decir una historia personal de lectura que permite dar cuenta de un recorrido literario a lo largo de su vida. Teresa Colomer, a través de un metáfora, caracteriza al “itinerario lector” o sea a esa biografía lectora, como una escalera con barandilla: un recorrido que “se construye 'mirando hacia atrás’, teniendo en cuenta los escalones anteriores, reutilizando o desechando materiales viejos, o bien incorporando otros nuevos” (Colomer, 2000: 104). Sobre esa experiencia lectora, el pedagogo español Larrosa  (2003) afirma que se trata de una cuestión intransferible pues cada lector tiene un recinto interior de carácter propio donde construye sus representaciones y valoraciones del mundo.
El tener esa biografía lectora lo define como lector, muestra un recorrido pero no por eso debe cerrarse a leerles a los alumnos sólo lo a ello es les han leído. Es muy común escuchar la expresión por parte de los docentes “a mí me leyeron estos libros y tan mal no salí” o la cual se le puede responder, desde la perspectiva de G. Montes que “cada época tienen su imagen de niño, su idea y su fantasía de lo que es o debería ser un niño que merezca el nombre de tal”. Si bien es cierto que los clásicos no pasan de moda, cerrar el canon escolar exclusivamente a la lectura de las versiones de los clásicos que conocen los docentes es empobrecer el trabajo y es no considerar la importancia que tiene la historia lectora y de la forma en que las instituciones educativas y los docentes influyen en ellas.
Cerrarse a un repertorio limitado y no considerar las experiencias previas de lectura ni todo lo que es posible hacer gracias al trabajo con la literatura significa ignorar lo que se menciona en el Documento de la Dirección de Educación  Inicial (2008: 35) y que tendría que servir como un marco para toda la propuesta:

“Los niños llegan al jardín con mayor o menor caudal de experiencias literarias desarrolladas en su hogar, las cuales son muy importantes y necesarias, pero también muy heterogéneas. El docente, no debe subestimarlas, sino acercarse a ellas para poder enriquecerlas, ya que está en sus manos la valiosa, responsable, reflexiva y placentera tarea de iniciar a los niños en la vida literaria. Formar lectores que vivan la libertad de la fantasía, que se apropien creativamente de su lengua y que desarrollen el gusto por las diferentes manifestaciones literarias: cuentos tradicionales, cuentos modernos, poesía, leyendas, obras de títeres, etc.”

Este docente mediador de lectura debe poner al alcance de los alumnos gran variedad de textos literarios, dándoles la posibilidad de que cada uno vaya construyendo su propio camino lector y que encuentren, con el correr del tiempo “su literatura”.
El leerles todo el tiempo a los alumnos, el narrarles, el proponerles actividades que le permitan gozar de lo estético del texto literario son acciones concretas que guardan relación con lo que afirmó Freire (2006) acerca de que la literatura ayuda al hombre a liberarse, a mostrarse tal como es, pues por medio de ella que se logrará la ampliación del capital simbólico pues ingresando al mundo de lo literario se irán adquiriendo otras competencias transferibles tanto a la vida en general, como a la lectura de otras tipologías textuales (Rodari, 1982; Seppia, 2003, Petit, 2001). El docente debe ir acompañando en todo el proceso a los niños e irá guiándolos “hacia significados cada vez más complejos y hacia el texto escrito como productor de sentido” (Lillo y Ortiz, 2015: 70).

Marcelo Bianchi Bustos
Diciembre de 2016



[1] Se desarrolla el concepto de mediador de lectura pues es el adoptado desde los documentos curriculares de la Provincia de Buenos Aires.